Si de algo está sirviendo la crisis sanitaria que vivimos desde hace un tiempo (ya más de un mes en España) es para darnos cuenta de quién es quién. Cuando las cosas de ponen feas, los eufemismos ya no valen, los buenos modales quedan obsoletos y las máscaras se caen. (Por supuesto, hablo en sentido metafórico.) Entonces nos damos cuenta de cómo es realmente la gente.
Y no me estoy refiriendo a la forma en que cada cual está llevando esta situación tan delicada; algunos mejor que otros, pero eso es otra cuestión. Claro que hay gente que no tiene el más mínimo respeto por sus confinados congéneres y les da por organizar fiestas en sus casas. La falta de educación es un problema muy serio pero ya nos dará para otro post.
A lo que me refiero es a la falta de sentido común. Permítanme, queridos lectores, que me explique con un ejemplo. El otro día leí de varios casos en que trabajadores del sector sanitario habían sido increpados por ciudadanos desde sus balcones por salir a la calle y poner en peligro la salud de todos. Seguro que son los mismos que todos los días, con puntualidad británica, realizan ese casi religioso acto de salir a aplaudir.
Me pregunto, ¿qué extraña lógica rige sus mentes para criticar y elogiar al mismo tiempo a quiénes cumplen con su deber? ¿Por qué esos balcones, improvisados tribunales de la sanitaria inquisición, se transforman de manera tan paradójica en altares del cinismo? Es un nuevo mal que está afectando seriamente a nuestra sociedad: la chorridaridad.
Pero éste no es el único ejemplo de chorridaridad al que nos vemos sometidos. Y es que los trabajadores sanitarios no son los únicos «héroes» de esta crisis, por mucho que los medios nos lo pinten así. Agentes de las fuerzas de seguridad, trabajadores de supermercados, transportistas, conductores, personal de limpieza, repartidores y un largo etcétera de personas que están haciendo su trabajo para cubrir nuestras necesidades, aún sabiendo el riesgo que corren. (Aprovecho para darles el reconocimiento que se merecen)
Y aún así, son criticados por quienes hacen alarde de su chorridaridad. Digo yo que estos ciudadanos ejemplares no salen ni para hacer la compra. Luego están quienes van pertrechados hasta las cejas con mascarillas, guantes y material de guerra bacteriológica, pero seguro que no realizan el más simple acto de higiene personal: lavarse las manos con agua y jabón.
Esperemos que, tan pronto termine todo esto y poco a poco volvamos a la normalidad, la chorridaridad, como cualquier otra moda fugaz y caprichosa, empiece a desaparecer de nuestras vidas. ¡Y de nuestros balcones, por favor!
Afortunadamente, esta crisis también nos ha dejado ejemplos de solidaridad de la buena. Estoy hablando, por ejemplo, de personas que se han puesto a coser en sus propias casas, sin esperar nada a cambio, para ayudar en la confección de mascarillas, batas y otro material necesario. O de vecinos que se han ofrecido a hacer la compra a aquellas personas que no podían o no debían salir de casa. También hay empresas que han decidido poner su granito de arena para ayudarnos a salir de ésta o, al menos, hacernos la espera más llevadera. Pequeñas y no tan pequeñas acciones que arrojan un rayo de esperanza sobre la humanidad.
Por lo menos, no todo está perdido.