Quienes conocen este blog saben que aquí no se censura nada, que yo reparto lindezas sin miramiento alguno. Pues bien, hoy es uno de esos días en que me despierto y, ya de buena mañana, he perdido toda esperanza en la raza humana. Y es que, por mucho que busque, no encuentro razones para este sinsentido. Bueno, sí, pero ninguna que no implique una gran plan para dominar (más aún) el mundo. No obstante, hoy permítadme abandonar momentáneamente mi tono reivindicativo y sarcástico por uno un poco más profundo.
Como decía, hoy me he despertado con esa extraña pero recurrente sensación de que toda esta pesadilla ha sido solo éso, un mal sueño. En esa especie de refugio que representa el hogar (quizás ahora más que nunca) me siento relativamente a salvo de toda histeria colectiva. Puedo hasta darme el capricho de desayunar tranquilo. Y digo relativamente porque resulta muy difícil escapar de la vorágine de pánico gratuito e injustificado del que, desgraciadamente, se ha hecho presa la población borreguil de este país. Y no será porque no lo intento evitar: hace tiempo que desconecté el cable de la antena, ni me acuerdo de la última vez que entré en el maligno caralibro y, por supuesto, me abstengo de recibir las tóxicas ondas de los miedos de manipulación. Y a pesar de mis denotados esfuerzos por aislarme del mundo incivilizado, siempre hay algo, por pequeño que sea, que me recuerda que la estupidez humana es lo único que no conoce límites en el universo.
Con mucho gusto pondría tierra de por medio y me refugiraría en uno de esos pueblos que tan olvidados habían permanecido hasta ahora en la mente de los españolitos urbanitas. La España vaciada la llaman; no vacía, sino vaciada. El uso del participio, indicando que no se ha vaciado ella sola, me parece de lo más adecuado. Admito que en ocasiones fantaseo con retirarme a una bonita casa en medio del campo, donde solo se escuchan los reconfortantes sonidos de la naturaleza. Resulta un nimio pero gratificante ejercicio mental que, aunque por un breve lapso de tiempo, consigue aliviar mi sensación de angustia. Aunque no puedo dejar de soñar con ello, la verdad es que se me antoja casi como un lujo inalcanzable. Quizás por los grilletes laborales que esta sociedad parece imponernos para recluirnos en las ciudades.
Y en ese preciso instante en que casi podría tocarlo con las manos, una jodida bofetada de cruda e indigesta realidad me sacude tan fuerte que casi me caigo de la silla. ¡Hay que trabajar, mientras se pueda! – pienso, al tiempo que intento concentrarme en lo que estaba haciendo. Casi hay que dar gracias por poder ser explotado a cambio de algún mísero euro que llevarse a la boca. Mientras tanto, sigo soñando con mi retiro. Aunque, por el momento, me tendré que conformar con las vistas hacia una calle llena de borregos con bozal.
Y como uno es como es, y a mí me han enseñado a ser agradecido, pues tengo que dar las gracias a todos los políticos y mequetefres varios que han hecho posible esta jodida pesadilla. (¿O acaso pensábais que no iba a repartir en este post?) Gracias a todos los ladrones y mentirosos podemitas, grandes chupópteros sin igual, y a su coletariado de arrastrados facinerosos. Gracias a todos los sociatas palmeritos del buenismo que habéis sido partícipes de la corrupción y la inacción para mantener calentito vuestro sillón. Gracias al resto de políticos, cómplices silenciosos de esta dictadura del pánico, que nos habéis vendido a todos por un maldito plato de escaños. Gracias también a todos aquellos que, desde vuestros puestos influyentes, solo habéis alimentado el miedo y tanto habéis contribuido a la decadencia de este país. Gracias a los que os habéis enriquecido (y os enriqueceréis) con la desgracia ajena. Muchísimas gracias a los que os dejáis engañar como borregos y seguís apoyando este sistema corrupto y autodestructivo. Y, por supuesto, gracias a todos los que, de pensamiento, palabra, obra u omisión, seguiréis mirando para otro lado como si todo esto no fuera con vosotros.
Solo una cosa os digo. Muchas gracias por toda la mierda. Jamás olvidaré y jamás en la vida os perdonaré lo que habéis hecho.
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