No hace falta ser un estudioso de la economía para entender que el delicado equilibrio social es un asunto prioritario para cualquier sociedad que presuma de ser medianamente civilizada. Dicho equilibrio se asienta sobre los pilares que sostienen un sistema democrático moderno, como son la educación, la sanidad, la justicia o la equidad. La economía es la herramienta que nos permite gestionar los recursos de forma adecuada a tal fin. Pero no por ello es un asunto baladí. Si analizamos nuestra historia reciente, no nos debería haber quedado la más mínima duda. Sin embargo, los gobiernos parecen hacer un enorme ejercicio de amnesia al respecto; y el de España con especial dedicación.
Del Estado del Malestar a la Dictadura del Pánico
En los 6 días que van desde el 8 al 14 de marzo, nuestro queridísimo gobierno de coalición, paladín del socialismo y del progreso, ha pasado del más completo pasotismo frente a la enfermedad a la histeria y el descontrol. De no hacer absolutamente nada a instaurar la dictadura del pánico. Y todo a pesar de las advertencias de la comunidad científica, y a tener el claro aunque desafortunado ejemplo de nuestra vecina Italia.
Como no podía ser de otra forma, la insensatez y el miedo han calado rápidamente entre algunos sectores de la población española. La falta de sentido común nos ha dejado unas imágenes del todo insólitas en tiempos de paz. Hordas de gente vaciando los supermercados por temor al desabastecimiento, ciudadanos abandonando las capitales para trasladarse a sus segundas residencias, aglomeraciones en los centros de salud por cualquier mínimo síntoma… Todo ello contribuyendo a una más rápida expansión no solo del virus, sino también del miedo.
Pero el pánico no solo se ha apoderado de parte de la población; también ha afectado a la clase política. Y cuando los que tienen que tomar decisiones son incapaces de hacerlo de forma racional, apañados estamos. Estos días hemos visto (y veremos) como el gobierno de la nación ha hecho de la histeria colectiva su doctrina. En lugar de mantener un tono tranquilizador e inducir la calma, ha hecho gala de una terrible incompetencia, alineándose con los miedos de comunicación en la campaña de la desinformación.
Buena muestra de ello es la falta de rigor con la que se están recogiendo y procesando los datos acerca de la evolución de esta crisis. Si se hicieran más pruebas, veríamos el verdadero alcance de la epidemia. Las cifras no solo no muestran ni una mínima aproximación a los casos reales, sino que además se manipulan para desinformar a la población. Los medios nos muestran unas estadísticas que cambian de criterio más que Pedro Sánchez de camisa y, por tanto, carecen de validez para tomar decisiones de manera racional.
Tarde, mal e insuficiente
Tampoco existe consistencia en las medidas que este gobierno ha ido improvisando según iban sucediendo los hechos. Como siempre, las acciones llegan tarde – cuando mucho daño ya está hecho- y mal. Además, resultan insuficientes en la mayoría de casos, sobretodo en lo económico, porque más que en soluciones a largo plazo consisten en parches temporales que poco tardarán en saltar por los aires si esto no se controla pronto.
La aleatoriedad y la desidia con la que se están concediendo ERTES y otras ayudas está dejando sin recursos a muchas pymes, las más afectadas por el decretazo. En su lucha por salir adelante y evitar echar el cierre, muchas empresas se están estrellando contra el muro de la burocracia administrativa. Y hemos visto también como el gobierno ha abandonado a su suerte a los autónomos, que ya vivían una situación asquerosamente precaria, olvidando una vez más su contribución a la economía de este país.
Pero que nadie piense que todo esto significa necesariamente que se favorece a los asalariados. ¡Ni por asomo! Porque la reducción de los ingresos en las empresas (o directamente su cierre) va a empujar a muchos de ellos de nuevo a las fauces del desempleo. Con todo lo que ello implica ya de por sí en nuestro país. Así lo están advirtiendo patronales y sindicatos, que, por una vez, parecen haberse unido frente al enemigo común.
Todo esto sumado supondrá una pérdida generalizada de poder adquisitivo que, esta vez, no es culpa de las malas decisiones financieras o la despreocupación crediticia, sino de la profunda incompetencia de nuestros políticos.
No es nada nuevo. Desgraciadamente, este nuestro país parece no aprender de los errores del pasado. Todos estos errores, algunos heredados de las malas gestiones anteriores, otros fruto de la incapacidad de este gobierno para anticiparse a los problemas, van a golpear a una España todavía convaleciente de la crisis financiera. Ojalá me equivoque, pero si no se toman medidas más contundentes y generalizadas, 2008 podría parecernos el sueño de una noche de verano.