Un MENA (Menor Extranjero No Acompañado) son aquellos niños/as y adolescentes, menores de 18 años, de origen extranjero, que se encuentran separados de sus padres y que tampoco están bajo el cuidado y tutela de ningún otro adulto. Esta circunstancia sitúa a los MENAS automáticamente en una situación de desamparo y de riesgo.
En España el fenómeno de los MENAS está mayoritariamente asociado a niños y adolescentes procedentes de los países del Magreb y, fundamentalmente, de Marruecos y Argelia. Sin embargo, se observan asimismo menores no acompañados procedentes de países de Europa del Este, del África Subsahariana, de Siria, etc.
Robos, ocupaciones y agresiones son algunas de las actividades delictivas en las que están implicados algunos menas. Los jóvenes conflictivos representan un corto porcentaje de este colectivo, pero bastan unos pocos para cambiar el panorama social. No creo que la respuesta sea librarnos de ellos por las bravas, pero nuestra prioidad debería ser la protección del conjunto de la ciudadanía.
Policías y jueces ya miran con preocupación el incremento de delitos protagonizados por los menas y su presencia creciente en centros para delincuentes juveniles. Los menores conflictivos no se han adaptado (o no se han querido adaptar) a los centros de las direcciones generales de Atención a la Infancia y la Adolescencia. Está claro que los recursos dedicados a su acogida son claramente deficientes, pero también, algunos de estos menores no quieren saber nada de centros y sólo quieren vivir de la calle. En cualquier caso, los centros de acogida no son cárceles y la posibilidad de controlar la huida de los menores resultan limitadas. En la calle son tan peligrosos como vulnerables. Están solos, sin ningún familiar que les controle ni les cuide, sin recursos económicos ni una mínima infraestructura que les acoja. La droga, la delincuencia y la prostitución terminan convirtiéndose en sus únicas salidas.
La delincuencia es la indeseable consecuencia de una situación nefasta que es caldo de cultivo para que nuestras calles se conviertan en zonas de guerra. La falta de implicación y de coordinación de las administraciones ha ido retrasando un plan integral de acogida, capaz de actuar tanto en momentos de emergencia como de forma continuada. El tema es complejo. Se necesitan recursos y valor para abordarlo. No hay que ser políticamente correcto en este tema, hay que ser sensato, justo y honesto.
Los buenos propósitos no resolverán el problema, pero entre la estigmatización y la inseguridad debe trazarse un camino. Las soluciones fáciles no existen. Aquellos que claman por las deportaciones deben saber que la ley las dificulta en extremo. Pero ello no justifica la inacción. Si no se actúa, el problema crecerá y se ramificará. A más violencia, mayor será el rechazo social.
Hay que actuar, proteger al menor que lo necesita y castigar aquel que delinque. ¡Seamos sensatos por una vez!